Vivir Sanamente: DEMOCRACIA, TAMBIÉN EN LA FAMILIA

noviembre 02, 2009

DEMOCRACIA, TAMBIÉN EN LA FAMILIA

La violencia no es una excepción, sino la regla de la sociedad: intrafamiliar, escolar, juvenil. Mónica Zalaquett es directora de un centro de prevención en Nicaragua que asesora al Banco Mundial y su metodología va directo donde nace: la familia autoritaria. Propone pasar de una estructura jerárquica, a una donde el valor y el amor superen el poder del más fuerte.



Metodología propone apuntar al corazón de la violencia


Tomado de La Nación | por Nancy Arancibia


Un juez a punto de dictar sentencia a unos pandilleros, toma una inesperada decisión. Les pide a los jóvenes de los bandos contrarios en litigio abrazarse. Tocarse y estrecharse con el mayor afecto posible. “Se volvió loco”, dijeron a coro, pero insistió. Obligados, lo hicieron y al poco rato rompieron en llanto y está vez se abrazaban de corazón. No es una fábula, sucedió hace un par de semanas en Nicaragua, país donde por más de diez años se aplica la metodología que Mónica Zalaquett, directora del Centro de Prevención de la Violencia (Ceprev), vino a difundir a Chile, su país natal, en el seminario “Espacios escolares seguros”, organizado por la consultora PBK, donde se compartieron distintas metodologías de prevención menos tradicionales.



Cambio radical

Zalaquett promueve un cambio radical en todas las áreas, incluyendo a la justicia y la policía. En su centro trabaja con profesionales del área sicosocial que tras años de experiencia generaron una metodología para cambiar los patrones culturales autoritarios en que se forman las personas y que -a su juicio- son los causantes de la violencia. Porque el problema, sostiene, es que los hombres son educados para reprimir sus sentimientos y emociones, convirtiendo sus vidas en una olla a presión siempre a punto de explotar y esa explosión siempre es violenta. En cambio, propone, si a hombres y mujeres los dejaran desarrollar su parte femenina y masculina, sin complejos, podrían conciliar sus emociones, tener menos traumas y reconocer mejor sus sentimientos. “Los sentimientos reprimidos se convierten en tristeza, miedo, frustración, enojo y conducen también a depresiones y comportamientos autodestructivos”, explica. “Cuando a un niño o niña no se le permite expresar sus sentimientos, cuando no pueden protestar por el maltrato o los abusos sufridos, se producen los traumas infantiles que después conducirán a una buena porción de personas a bloqueos emocionales que les impedirán comprender la causa de sus problemas de salud emocional, física o mental en la vida adulta”.

Para romper este esquema, Zalaquett proponen un enfoque que instaura la mecánica de una familia democrática, donde las personas valen por lo que son y el afecto es a toda prueba, sin condiciones y para siempre. Es un modelo integral para la construcción de una cultura de paz en Nicaragua, pero hoy asesora al Banco Mundial en prevención de violencia y el modelo es exportable a otros países de Latinoamérica.

“No es prevención en el sentido clásico”, advierte Zalaquett. Se trata de un cambio radical e integral en los roles al interior del núcleo social fundamental de la sociedad: la familia. La idea es romper las relaciones autoritarias, un modelo validado y legitimado por la cultura y las creencias religiosas, donde la violencia no es una excepción.

Familias jerarquizadas

Según Zalaquett, la familia hoy es una estructura patriarcal y machista, donde cada miembro tiene un rol jerarquizado: el padre ocupa el lugar más alto, luego la madre, los hermanos mayores, los menores, los más débiles, los con capacidades especiales, según su color de piel, la inteligencia.

Y ese valor se le asigna antes de nacer, según el lugar que ocupe en la escalera de poder, lo que desacredita a las personas por lo que son, mancillando su autodeterminación y poder de discernimiento, replicando después los mismos esquemas de abuso de poder. Para la especialista es éste el modelo que nos rige y no el afecto, “crecemos desnutridos de amor”, enfatiza, porque es vital comprender que de no cortar esta mecánica, los niños toman como modelo la figura de estos padres autoritarios y la reproducen en el futuro. Hay que comprender, agrega, que madre e hija, padre e hijo son iguales, pero con responsabilidades distintas.

En una crianza autoritaria, la comunicación y relaciones son verticales y unilaterales, las decisiones son tomadas por quienes detentan más poder y dan órdenes a quienes tienen menos poder. Los niños que acatan por temor no logran desarrollar la capacidad de discernimiento, iniciativa, creatividad, sentido de responsabilidad y seguridad en sí mismos. Elementos indispensables para el desarrollo de la personalidad sana.

“Es una cadena que lleva a las personas adultas a sumir roles que los harán violentos o sumisos. En ambos casos generarán traumas que les impedirán reconocer sus sentimientos, emociones de manera sana”, complementa.

La definición del hombre es en oposición al de la mujer. Ellas son emocionales, se las educa y permite expresar sus sentimientos. Los hombres no, ellos no lloran, no muestran debilidad, son fuertes y rudos. Todo rasgo de sensibilidad es etiquetado con un “es maricón” o “parece niñita”. Basan su desempeño en los roles de género establecidos en la cultura patriarcal, los cuales desprecian y ridiculizan comportamientos considerados como femeninos, como la libre expresión de sentimientos, emociones, afectos, calificándolos como “debilidades”.

La cultura machista hace todo lo contrario, alienta a los niños permanentemente a mostrar fuerza, competir, derrotar y destruir para demostrar su valor. En función de aquello es que desde pequeños se les enseña a jugar con armas, agredir a los más débiles o mostrar superioridad de alguna forma.

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